jueves, 19 de marzo de 2015


Nos citamos en el embarcadero que está situado en una de las caras de la catedral de Isla de Mozambique, el recorrido era de una hora y media aproximadamente,y lo que no nos dijo era que a la hora y media encallaríamos.

Lo que iba a ser  un pequeño paseo se convirtió en dos horas más pero esta vez  caminando. No nos importó mucho, pues el paisaje realmente valía la pena,  la arena era firme, la altura del agua escasa y a veces inexistente, allí como en un hipódromo asistíamos a carreras de cangrejos, pozas con  peces atrapados, charcas con estrellas de mar de un color rojo intenso, millones de conchas ebúrneas y otras tan brillantes como si antes alguien nos las hubiese lacado para nuestro espectáculo.

Nuestro barquero tenía conversación fácil, era jovial, jocundo, y a sus escasos 18 años ya había engendrado dos veces, lo normal por esos lares.

Llegamos a nuestro destino, la playa de Carushca, una playa  tan desierta como anchurosa con sus palmeras de rigor.  Un día tranquilo y agradable de playa. Lo bueno vendría después.


A la hora de la comida, y dado nuestro poco fondo, rebuscamos en la carta los platos más económicos, resulto ser espaguetis, dos platos iguales total suma 400  meticáis. Nuestro barquero sesteaba en la barra. Le hicimos señas para que se uniera a nosotros y pidiera un bocata para que nos acompañara.

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